martes, 11 de enero de 2011

El jinete misterioso de Pur Pur

A los viruñeros

En luna llena
Un jinete blanco
-caballo blanco-
Trota eternamente
 Hacia Pur Pur
desde la  experiencia
de Virú
Antes, mucho antes, no había carretera. Solamente había dos rutas para ir a Salaverry y luego a Trujillo. Ambas vías convergían en Pur Pur y, desde allí, el camino era único hasta llegar a donde se tenía que llegar.
Para ser más exactos, salíamos del pueblo, que a cualquier hora era una ranchería de caña brava y pájaro bobo, avanzábamos hacia La Alameda, y  que la gente tenía que pasar por un costado, y llegábamos al río Virú. Desde aquí hasta Pur Pur había solamente dos maneras de llegar: bien por las orillas del río hasta llegar a la curva de Sopla Buche, tirar luego para Chanquín, llegar a Pablo Menacho, avistar Calunga y luego Pur Pur. O bien había que cruzar el río, llegar a San Idelfonso, ganar Tranca de Palos, caer a la pampa y alcanzar Pur Pur. Por ambos caminos se llegaba a la duna. Era la costumbre la que nos llevaba siempre por allí, y luego tirábamos para la playa buscando el camino duro de las riberas del mar, y a pie, en burro o en caballo,- pero más en burro, pues antes, mucho antes, cualquier pobre tenía su burrito- arrendábamos alegremente por las orillas de la playa.
Todavía ni soñábamos por aquí el aluvión del 25, su madre ni lo `pariría y yo tendría unos ocho años por si se me preguntara, por si las moscas, cuando en ese año del Señor mis mayores llevaron al puerto muchos burros cargados de leña, y de  yapa me llevaron a mí, qué mañas harían los burros para que los castigaran de esa manera. Como teníamos que regresar, volvimos de Salaverry tomando el mismo camino de las orillas de la playa, y trayendo mercaderías del puerto en la misma piara de burros que habíamos llevado. Para esto, mi tío carnalito y yo,  veníamos montados en un solo caballo.
Veniamos playa playa, por el durito de la arena húmeda, y qué horas serían cuando el orto de la luna  llena  iluminó la noche entera. Estaba como de día. Sentíamos la brisa del mar pegándonos en la cara y quitándonos el sueño. Debió ser de madrugada, pues la madrugada siempre viene cargada de sueños, y yo empecé a cabecear más seguido, cuando avistamos todavía muy lejos, muy borrosa, la duna de Pur Pur. Esto nos alegró mucho pues la larga jornada ya nos tenía estropeados.
Como yo venía muy soñoliento y con la cabeza caída, fui despertado por mi tío, y en esto vimos que delante de nosotros, a cierta distancia y montado en un hermoso caballo blanco, con sombrero blanco y espuelas plateadas, cabalgaba singularmente un extraño personaje. Pusimos mucha atención, abrimos bien los ojos: el caballo estaba enjaezado en plata, cuyos arreos brillaban a la luz de la luna, y nos parecía que en vez de trotar de frente, el bruto evolucionaba en círculos delante de nosotros, siempre a una cierta distancia.
Nos persignamos. Nos hicimos la señal de la cruz. Nos invadió los desconocido. Los animales de la piara se asustaron, lo mismo el caballo, ya no querían avanzar, pero mi tío picaba las espuelas y obligaba a nuestra montura a seguir adelante, descargando riendazos sobre los burros que empezaron a resoplar y a tratar de volverse. ¡Dios de los cielos!
Mi tío para darse valor, vociferaba animando a los animales, mas sentí su espalda mojada por lo que deduje que estaba sudando de miedo, y cómo no iba a tener miedo si no había ni un alma por allí que nos diera una mano, y lo que es peor, hacía un buen tiempo que no íbamos a misa por lo que Dios no podía auxiliarnos realmente sin que el cura no se enterara. Y mi carnal, atemorizado hasta la fecha de su nacimiento, cada vez que me vencía el sueño, al momento me despertaba, con lo cual llegué a la difícil conclusión que a ese paso no dormiría nunca y que mi mayor quería que me mantuviera despierto, para ayudarle contra lo que se ofreciera.
A decir verdad yo no sentía  ningún temor, sería porque todavía  no había ido a la escuela y no había aprendido su práctica, pues  quien no conoció al maestro Julio Vigil, chambón, no sabrá lo que es el miedo ni que caras tendrá, pero si me llamaba poderosamente la atención  el hermoso caballo y la vestimenta del caballero que lo montaba y los brillos plateados que despedía. Malhaya diría después, muy después.
Así debieron de pasar las horas y cuando menos lo pensamos, mientras la grisalla de la aurora empezó a llegar y a lo lejos, hacia Calunga, se oía el canto de los gallos, el caballero y su caballo habían desaparecido, y cuál sería la cara de nuestra sorpresa cuando nos dimos cabal cuenta de que estábamos a  cortísima distancia de la duna de Pur Pur. Y esto que fuimos dos contra el engaño y no nos dimos cuenta, creíamos  que estábamos en el camino húmedo y duro de la playa, pero no era así pues la piara se había alejado notablemente de nosotros ya que no la mirábamos, y si no llegaba, estaría por llegar, como que los burros se sabían de memoria el camino de siempre.
Pero al cabo de todo, poco falto par que mi tío carnalito me hiciera su héroe, y, realmente asombrado y muy emocionado, exclamó:
            -¡Por la hostia divina! Candelario, como tú eres un niño y los niños son ángeles- aunque a decir verdad a esas alturas ya era medio diablo pues hacía travesura y media-, nos has salvado-también contaba a los burros y al caballo- de un encantamiento seguro, porque el jinete tenía una fuerza extraña que nos estaba llevando a la duna de Pur Pur, para encantarnos para siempre, para que más va a ser. Ahora veo claro todo- prosiguió mi carnal muy lúcido y ya muy tranquilo- y echo de ver por qué algunos etanos y arrieros se han hecho humo sin dejar ninguna huella por donde pueda rastreárseles para encontrarlos, y da la casualidad que siempre haya sido en luna llena, y que solamente se hayan encontrado las mercaderías, lo cual es mucha sobradez del encanto. ¡Para qué no se lleva también las cosas y se hace rico de una vez!
Así mi carnal le encontró una explicación a misterio y a la cosa aquella, y a decir verdad, poco falto para creer en sus  miedos y hacerlos míos, pero el caso es que yo no pasaba de niño y debía darme el trabajo de entender a los viajeros y a los viejos arrieros que se llenaban de temor cuando pasaban cerca de la duna de Pur Pur, y mas aun en luna llena, el temor le metía las espuelas y pasaban de un suspiro el trecho de la duna. Más allá respiraban hondo. Más allá del encanto

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