sábado, 15 de enero de 2011

El Zorro y el cuy


“El Zorro y el cuy” pertenece a la recopilación de Cuentos y Leyendas del Perú, de Arturo Jimenez Borja

Todos los días, don Mariano Huallpa, se levantaba de mañanita, salía de su casa de paredes blancas, puerta pintada de color azul y techo rojo, para mirar su chacra de alfalfa.
La chacra era bonita: pero un día, don Mariano vio que muchas de sus plantas de alfalfa estaban rotas, entonces, puso una trampa y una mañana, muy de mañana, escuchó unos chillidos, rápidamente fue hasta donde venían los chillidos y encontró un cuy. Muy molesto lo sacó de la trampa y lo amarró a un palo, cerca de su casa. “Qué rico cuy con papas voy a comer mañana”, pensaba don Mariano.
El cuy estaba muy triste cuando pasó por allí un zorro.
-          Compadre, ¿qué ha pasado?- dijo.
-          Nada, compadrito – contesto el cuy, esta es la casa del famoso don Mariano que tiene tres lindas hijas, con una de ellas debo casarme y me tiene amarrado hasta que aprenda a comer gallina. Esta familia sólo come gallina. Si quisieras, podrías cambiar mi suerte.
Pronto el zorro desató al cuy y se hizo amarrar. El cuy se fue muy contento. Al rato, salió de su casa don Mariano con un cuchillo en la mano para matar al cuy. Muy grande fue su sorpresa al encontrar al zorro.
-          ¡Sabido! -le dijo- me las vas a pagar. ¡Con que en la mañanita eras cuy y ahora eres zorro!
Agarró un látigo y le pegó fuerte.
-          ¡Me casaré! ¡Estoy listo! – gritaba el zorro.
Don Mariano le dio con el látigo hasta cansarse. El zorro seguía gritando que se casaría. Don Mariano le dijo por qué gritaba así. El zorro le contó lo que le había pasado con el cuy y al escucharlo le bailaba la barriga de risa a don Mariano.
Suelto el zorro anduvo buscando por todas partes al cuy, hasta que lo vio. El cuy al darse cuenta que el zorro lo había visto corrió debajo de una piedra y parado en dos patitas se puso a sostenerla.
-          ¡Compadre, compadrito, que ya me canso! – gritaba.
-          ¿Qué te sucede?- le dijo el zorro un poco desconfiado.
-          Que el mundo se cae y hay que sostenerlo.
Entonces el zorro corrió hasta donde el cuy y se puso a sostener la piedra.
-          Para sostener la piedra, voy por un palo dijo el cuy- ahora mismo regreso.
El zorro estuvo esperando al cuy mucho rato. No quería soltar la piedra por temor a morir aplastado. Al fin, ya muy cansado, cerrando los ojos dio un gran salto. No pasó nada. Entonces, sólo entonces, se dio cuenta que el cuy era un mañoso.
Otra vez el zorro se puso a buscar y lo encontró. Estaba en una chacra. Al ver al zorro, se puso a hacer un hueco en el suelo.
-          ¡Rápido! ¡rápido! – gritaba- que el fin del mundo llega. Que lloverá candela.
Al zorro le dio un gran susto y se puso a ayudar al cuy. Cuando el hueco ya estaba bien grande, el cuy se metió velozmente y le pidió al zorro:
-          Tápame, tápame con tierra, hermanito.
-          Yo primero- rogó el zorro.
-          Está bien- dijo el cuy y tapando con tierra poco a poco al zorro le iba diciendo: mira cómo te salvo, mira cómo te salvo.

El muyik y el Espíritu de las Aguas

De León Tolstoi, “El muyik y el Espíritu de las Aguas”

El Muyik y el Espíritu de las aguas
A un muyik se la cayó su hacha en un río, y apenado se puso a llorar.
El espíritu de las aguas se compadeció de él y presentándole un hacha de oro le preguntó:
-          ¿Es ésta tu hacha?
El muyik respondió:
-          No, no es la mía.
El Espíritu de las aguas le presentó un hacha de plata.
-          Tampoco es esa, dijo el muyik.
Entonces el Espíritu le presentó su propia hacha de hierro. Viéndola el muyik exclamó:
-          ¡Esa es la mía!
Para recompensarlo por su honradez, el Espíritu le dio las tres hachas.
De regreso a su casa, el muyik mostró su regalo, contando su aventura a sus amigos.
Uno de ellos quiso probar suerte: fue a la orilla del río, dejo caer un hacha y rompió a llorar.
El Espíritu de las aguas le presentó un hacha de oro y le preguntó:
-          ¿Es ésta tu hacha?
El muyik lleno de alegría, respondió:
-          Si, si, es la mía
El Espíritu no le dio el hacha de oro ni la suya de hierro, en castigo de su mentira.



La Iguana que destronó a la Luna

El educador alemán Erich Avemann ha adaptado e ilustrado “La iguana que destronó a la luna”, cuento quechua que tradujo José María Arguedas de la versión proporcionada por Luis Gilberto Pérez.

Era una vez que un hermoso pueblo en el Perú, donde la gente adoraba a la luna.
De este pueblo se retiraron un día las nubes… Durante todo el año no llovió. El sol brillaba día tras día. La sequía se apoderó de los campos, los montes se marchitaron, murieron las plantas.
Muchos animales abandonaron el pueblo y hasta la gente pensó ir en busca de otros  lugares dónde vivir. ¡Qué pena les daba abandonar su pueblo!
El sacerdote imploraba en vano que las nubes volvieran, y con ellas la lluvia. Pero un día, felizmente, pasó algo que nadie esperaba.
Dos niños del pueblo estaban persiguiendo una iguana, corre que corre tras ella.
Para escapar de sus perseguidores, la iguana se metió en un hueco hecho en la tierra. Los niños comenzaron a cavar para sacarla.
De repente, sintieron que la tierra estaba mojada en el fondo: ¡Había agua!
Sorprendidos y alegres los dos niños llamaron a gritos a la gente del pueblo. Hombre y mujeres se acercaron corriendo. Y agrandaron el hueco hasta que empezó a brotar el agua a chorros.
Tanta agua salía que los habitantes pudieron regar sus campos y sembrar de nuevo.  ¡Qué felicidad!
En gratitud a la iguana que había salvado a la comunidad, la gente le hizo una estatua del mismo barro del pozo y la llevó al pueblo.
Sacaron la imagen de la luna del pedestal donde estaba y pusieron allí la estatua de la iguana. Al fin y al cabo, la luna no les había ayudado durante la larga sequía.

viernes, 14 de enero de 2011

El Zorro y el cóndor

Fabula recogida en la cordillera de Juli, del campesino Manuel Mallea ganadero de la parcialidad de Picho- Pallka

Un zorro hambriento que andaba buscando dónde robar algo, vio a un cóndor que también está en los mismos apuros. El zorro le dijo al cóndor: -¿De dónde vienes, “Pachajilata”, hermano del espacio?...
El cóndor.- Vengo de las altas cumbres del “Huenkasi”, cumbre que eternamente está cubierta de helada nieve, he bajado a buscar alimentos para resistir mejor el rigor del frio de las nevadas.
El zorro, se rió a carcajadas y le respondió burlonamente: Es raro que todo un Señor cóndor, llamado el Rey de las alturas no pueda resistir el frío. Yo, con ser un habitante de la llanura, me siento más fuerte que tú para soportar ese frio que tanto miedo te infunde, y para demostrarte con hechos, te desafío a permanecer durante una noche en la cumbre más elevada del “Huenkasi”.
El cóndor acepto el reto y ambos ascendieron el cerro. El cóndor se posesionó en la punta más elevada, tendió una de sus alas a manera de colchón y se acurrucó cómodamente. El zorro, por su parte igualmente tendió su traposa cola y se sentó frente al cóndor. Así comenzó la desigual apuesta.
No tardó en desencadenarse una terrible tempestad que son muy frecuentes en esas regiones.
El zorro, de primera intención, invocó a los “Achachilas” para que calmen sus iras, y desde el comienzo alegó que la  apuesta no era con la tempestad, ni con los rayos, sino contra el frio únicamente.
Fuerte nevada, el cóndor sacude a menudo las alas para eliminar la nevada, de lo que protesta por segunda vez el zorro.
-La apuesta, amigo mío, no está en sacudirse la nevada, sino en aguantarla, gritó el zorro, porque él estaba casi totalmente cubierto de nieve y sólo le aparecía la cabeza.
A la media noche, el cóndor preguntó: - “Kamaketu (zorrito)…- Condority- contestó el zorro. El segundo en preguntar fue el zorro. –“Tata condority, ¿janiti ttayjtma?... (Señor cóndor, ¿no  tienes frio?)…El rey de los aires contestó:-No tengo frío, más bien estoy un poco fatigado por el calor.
Así transcurrieron las horas, el pobre zorro no podía soportar por más tiempo aquel mortífero frío, ya se sentía  desfallecer, precisamente cuando el día empezaba a clarear. El zorrito había sucumbido victima de su vanidad.
El cóndor después de dormir un momento, preguntó por última vez: “Tiwulita” (zorrito) ¿sientes todavía frio?... El zorro ya no contesto, había pagado con su vida la desigual apuesta. Al poco rato el cóndor tenía un excelente desayuno con el cuerpo del zorro.
Fábula de fondo moral, la vanidad del “kamake” había sido duramente castigada por el cóndor.  La moraleja que  los campesinos deducen es la siguiente: “Jani jilamunañanimpimitisimti”, no te metas con los poderosos que siempre saldrás perdiendo”.

martes, 11 de enero de 2011

El jinete misterioso de Pur Pur

A los viruñeros

En luna llena
Un jinete blanco
-caballo blanco-
Trota eternamente
 Hacia Pur Pur
desde la  experiencia
de Virú
Antes, mucho antes, no había carretera. Solamente había dos rutas para ir a Salaverry y luego a Trujillo. Ambas vías convergían en Pur Pur y, desde allí, el camino era único hasta llegar a donde se tenía que llegar.
Para ser más exactos, salíamos del pueblo, que a cualquier hora era una ranchería de caña brava y pájaro bobo, avanzábamos hacia La Alameda, y  que la gente tenía que pasar por un costado, y llegábamos al río Virú. Desde aquí hasta Pur Pur había solamente dos maneras de llegar: bien por las orillas del río hasta llegar a la curva de Sopla Buche, tirar luego para Chanquín, llegar a Pablo Menacho, avistar Calunga y luego Pur Pur. O bien había que cruzar el río, llegar a San Idelfonso, ganar Tranca de Palos, caer a la pampa y alcanzar Pur Pur. Por ambos caminos se llegaba a la duna. Era la costumbre la que nos llevaba siempre por allí, y luego tirábamos para la playa buscando el camino duro de las riberas del mar, y a pie, en burro o en caballo,- pero más en burro, pues antes, mucho antes, cualquier pobre tenía su burrito- arrendábamos alegremente por las orillas de la playa.
Todavía ni soñábamos por aquí el aluvión del 25, su madre ni lo `pariría y yo tendría unos ocho años por si se me preguntara, por si las moscas, cuando en ese año del Señor mis mayores llevaron al puerto muchos burros cargados de leña, y de  yapa me llevaron a mí, qué mañas harían los burros para que los castigaran de esa manera. Como teníamos que regresar, volvimos de Salaverry tomando el mismo camino de las orillas de la playa, y trayendo mercaderías del puerto en la misma piara de burros que habíamos llevado. Para esto, mi tío carnalito y yo,  veníamos montados en un solo caballo.
Veniamos playa playa, por el durito de la arena húmeda, y qué horas serían cuando el orto de la luna  llena  iluminó la noche entera. Estaba como de día. Sentíamos la brisa del mar pegándonos en la cara y quitándonos el sueño. Debió ser de madrugada, pues la madrugada siempre viene cargada de sueños, y yo empecé a cabecear más seguido, cuando avistamos todavía muy lejos, muy borrosa, la duna de Pur Pur. Esto nos alegró mucho pues la larga jornada ya nos tenía estropeados.
Como yo venía muy soñoliento y con la cabeza caída, fui despertado por mi tío, y en esto vimos que delante de nosotros, a cierta distancia y montado en un hermoso caballo blanco, con sombrero blanco y espuelas plateadas, cabalgaba singularmente un extraño personaje. Pusimos mucha atención, abrimos bien los ojos: el caballo estaba enjaezado en plata, cuyos arreos brillaban a la luz de la luna, y nos parecía que en vez de trotar de frente, el bruto evolucionaba en círculos delante de nosotros, siempre a una cierta distancia.
Nos persignamos. Nos hicimos la señal de la cruz. Nos invadió los desconocido. Los animales de la piara se asustaron, lo mismo el caballo, ya no querían avanzar, pero mi tío picaba las espuelas y obligaba a nuestra montura a seguir adelante, descargando riendazos sobre los burros que empezaron a resoplar y a tratar de volverse. ¡Dios de los cielos!
Mi tío para darse valor, vociferaba animando a los animales, mas sentí su espalda mojada por lo que deduje que estaba sudando de miedo, y cómo no iba a tener miedo si no había ni un alma por allí que nos diera una mano, y lo que es peor, hacía un buen tiempo que no íbamos a misa por lo que Dios no podía auxiliarnos realmente sin que el cura no se enterara. Y mi carnal, atemorizado hasta la fecha de su nacimiento, cada vez que me vencía el sueño, al momento me despertaba, con lo cual llegué a la difícil conclusión que a ese paso no dormiría nunca y que mi mayor quería que me mantuviera despierto, para ayudarle contra lo que se ofreciera.
A decir verdad yo no sentía  ningún temor, sería porque todavía  no había ido a la escuela y no había aprendido su práctica, pues  quien no conoció al maestro Julio Vigil, chambón, no sabrá lo que es el miedo ni que caras tendrá, pero si me llamaba poderosamente la atención  el hermoso caballo y la vestimenta del caballero que lo montaba y los brillos plateados que despedía. Malhaya diría después, muy después.
Así debieron de pasar las horas y cuando menos lo pensamos, mientras la grisalla de la aurora empezó a llegar y a lo lejos, hacia Calunga, se oía el canto de los gallos, el caballero y su caballo habían desaparecido, y cuál sería la cara de nuestra sorpresa cuando nos dimos cabal cuenta de que estábamos a  cortísima distancia de la duna de Pur Pur. Y esto que fuimos dos contra el engaño y no nos dimos cuenta, creíamos  que estábamos en el camino húmedo y duro de la playa, pero no era así pues la piara se había alejado notablemente de nosotros ya que no la mirábamos, y si no llegaba, estaría por llegar, como que los burros se sabían de memoria el camino de siempre.
Pero al cabo de todo, poco falto par que mi tío carnalito me hiciera su héroe, y, realmente asombrado y muy emocionado, exclamó:
            -¡Por la hostia divina! Candelario, como tú eres un niño y los niños son ángeles- aunque a decir verdad a esas alturas ya era medio diablo pues hacía travesura y media-, nos has salvado-también contaba a los burros y al caballo- de un encantamiento seguro, porque el jinete tenía una fuerza extraña que nos estaba llevando a la duna de Pur Pur, para encantarnos para siempre, para que más va a ser. Ahora veo claro todo- prosiguió mi carnal muy lúcido y ya muy tranquilo- y echo de ver por qué algunos etanos y arrieros se han hecho humo sin dejar ninguna huella por donde pueda rastreárseles para encontrarlos, y da la casualidad que siempre haya sido en luna llena, y que solamente se hayan encontrado las mercaderías, lo cual es mucha sobradez del encanto. ¡Para qué no se lleva también las cosas y se hace rico de una vez!
Así mi carnal le encontró una explicación a misterio y a la cosa aquella, y a decir verdad, poco falto para creer en sus  miedos y hacerlos míos, pero el caso es que yo no pasaba de niño y debía darme el trabajo de entender a los viajeros y a los viejos arrieros que se llenaban de temor cuando pasaban cerca de la duna de Pur Pur, y mas aun en luna llena, el temor le metía las espuelas y pasaban de un suspiro el trecho de la duna. Más allá respiraban hondo. Más allá del encanto

El bolsillo del diablo

Virú, viejo, era pura quincha; allí no había otra cosa que no fuera caña brava; algunas casas de caña brava estaban embarradas y otras, no; así es que podía mirarse el pensamiento de la gente; otros solamente embarraban la parte por donde el viento azotaba. Y eso era todo, viejo, y todo el mundo estaba contento.
Pero no era todo. Por el lado sureste del pueblo, a unos pasos de la Acequia Grande y teniendo a la vista la Huaca de don Eloy, se levantaba una fila de ranchos de caña brava a ambos lados, desembocaba en el callejón que venía de Chequepe, faldeando la  Huaca de don Eloy; y se agarraba, después de un silencio de ranchos, a las otras calles del pueblo.
Viejo, no es por hablar; pero allí, en esos ranchos vivían una finas que daban que hablar. Estas facinerosas tenían todavía sus buenas chicherías, adonde nos íbamos a emborrachar y a perder el sombrero. Por esas chicherías adquirían mundo y arte la tal Jacoba Pura, la tal Naranjito, la tal Francisca Trinidad y otras que si alguna vez las vi, ahora  ya no me acuerdo. Pero qué causas, viejo, qué piqueos; lifes, camarones al río; cañanes, iguanas al monte; cabrito o huacho al rocoto; mejor ya no sigo para no provocarme de esas cosas.
Esas brujas estaban reconocidas por el diablo; por eso era famoso El Bolsillo; no sé cómo lo hacían, pero estaban compactadas con el diablo; habían hecho pacto, porque el tío bajaba de la huaca de don Eloy en caballo blanco bien jateado,  expresamente a verlas. En la desembocadura del Bolsillo había una piedra grande, a manera de Batán; llegó a ser batán, pero bien grande, donde las mujeres de la calle molían el chuño para la chicha; tú ibas en la mañana, en la tarde o en la noche, y siempre encontrabas alguna vieja moliendo algo, era famoso el batán del Bolsillo; hasta este batán llegaba el jinete y allí se detenía, se paraba un momento, seguramente a repasar la lista de la discípulas y luego se iba a visitarlas.
No me vas a creer viejo, pero siempre cuando no eran las seis de la mañana, eran las doce del día, las seis de la tarde o las doce de la noche en que ladraban los perros como pagados. A las doce de la noche sólo lo mirábamos los borrachos que nos quedábamos a majaderear y a tomar por amor al arte como dicen los que saben. En una de estas horas se aparecía el tío, pero antes se escuchaba como un tropel de caballos que corría, que venía, que se acercaba y en eso se aparecía el jinete vestido de blanco, montado en caballo blanco bien jateado, con espuelas y todo, igualito que el patrón, se paraba al lado del batán como a recordar algo, visitaba luego a la Pura, a la Naranjito, viejo, aquí entre nos, le sobraba el arte  a la Naranjito, y el tío de las veía  con ella, como se dice; visitaba  a la Francisca Trinidad, visitaba a las otras, y luego se le miraba salir medio borracho, porque llevaba ladeado el sombrero y hacía por caerse pero el jodido no se caía, porque si se caía se iba a quedar dormido igual que todos los borrachos, porque qué corona tenía el diablo para no roncar y no sentir como nosotros cuando estábamos con los alcoholes subidos, nos peleábamos por quitarle las espuelas, basta, decíamos, viejo, con eso ya no teníamos por qué preocuparnos qué íbamos a comer mañana.
Pero ve a ver, no se caía el bandido, salía del Bolsillo, se iba por la ruta de la huaca, arrendaba por el filo de la Acequia grande y galopaba al castillo de Tomabal y se perdía allí.
Por eso de que  habían brujas en el Bolsillo, y por eso de  que llegaba con cierta frecuencia el tío al lugar a visitar a sus muchachas, de ahí para acá viene el nombre del El Bolsillo del Diablo. Viejo, pero el diablo no es buen amigo que digamos, y nadie quería discutir con él, por eso cuando escuchaban el ruido como tropel  de caballos, se ocupaban de inmediato y se iban para sus casas a hacer lo que tenían que hacer y el diablo caminaba sin amigos, pero los perros si salían a ladrarle, al menos eso conseguía ya que no le dejábamos el menor resquicio para hacernos pecar, y nos llegaba el humo de la Naranjito, de allá de su rancho, y nosotros, desde el batán, olíamos la carne del diablo.