El bolsillo del
diablo
Virú, viejo, era
pura quincha; allí no había otra cosa que no fuera caña brava; algunas casas de
caña brava estaban embarradas y otras, no; así es que podía mirarse el pensamiento
de la gente; otros solamente embarraban la parte por donde el viento azotaba. Y
eso era todo, viejo, y todo el mundo estaba contento.
Pero no era
todo. Por el lado sureste del pueblo, a unos pasos de la Acequia Grande y teniendo a la vista la Huaca de don Eloy, se levantaba una fila de ranchos de caña brava a
ambos lados, desembocaba en el callejón que venía de Chequepe, faldeando
la Huaca
de don Eloy; y se agarraba, después de un silencio de ranchos, a las otras
calles del pueblo.
Viejo, no es por
hablar; pero allí, en esos ranchos vivían una finas que daban que hablar. Estas
facinerosas tenían todavía sus buenas chicherías, adonde nos íbamos a
emborrachar y a perder el sombrero. Por esas chicherías adquirían mundo y arte
la tal Jacoba Pura, la tal Naranjito, la tal Francisca Trinidad y otras que si
alguna vez las vi, ahora ya no me
acuerdo. Pero qué causas, viejo, qué piqueos; lifes, camarones al río; cañanes,
iguanas al monte; cabrito o huacho al rocoto; mejor ya no sigo para no
provocarme de esas cosas.
Esas brujas
estaban reconocidas por el diablo; por eso era famoso El Bolsillo; no sé cómo lo hacían, pero estaban compactadas con el
diablo; habían hecho pacto, porque el tío bajaba de la huaca de don Eloy en caballo blanco bien jateado, expresamente a verlas. En la desembocadura
del Bolsillo había una piedra grande,
a manera de Batán; llegó a ser batán, pero bien grande, donde las mujeres de la
calle molían el chuño para la chicha; tú ibas en la mañana, en la tarde o en la
noche, y siempre encontrabas alguna vieja moliendo algo, era famoso el batán
del Bolsillo; hasta este batán
llegaba el jinete y allí se detenía, se paraba un momento, seguramente a
repasar la lista de la discípulas y luego se iba a visitarlas.
No me vas a
creer viejo, pero siempre cuando no eran las seis de la mañana, eran las doce
del día, las seis de la tarde o las doce de la noche en que ladraban los perros
como pagados. A las doce de la noche sólo lo mirábamos los borrachos que nos
quedábamos a majaderear y a tomar por amor al arte como dicen los que saben. En
una de estas horas se aparecía el tío, pero antes se escuchaba como un tropel
de caballos que corría, que venía, que se acercaba y en eso se aparecía el
jinete vestido de blanco, montado en caballo blanco bien jateado, con espuelas
y todo, igualito que el patrón, se paraba al lado del batán como a recordar
algo, visitaba luego a la Pura, a la Naranjito, viejo, aquí entre nos, le
sobraba el arte a la Naranjito, y el tío
se las veía con ella, como se dice;
visitaba a la Francisca Trinidad,
visitaba a las otras, y luego se le miraba salir medio borracho, porque llevaba
ladeado el sombrero y hacía por caerse pero el jodido no se caía, porque si se
caía se iba a quedar dormido igual que todos los borrachos, porque qué corona tenía
el diablo para no roncar y no sentir como nosotros cuando estábamos con los
alcoholes subidos, nos peleábamos por quitarle las espuelas, basta, decíamos,
viejo, con eso ya no teníamos por qué preocuparnos qué íbamos a comer mañana.
Pero ve a ver,
no se caía el bandido, salía del Bolsillo,
se iba por la ruta de la huaca, arrendaba por el filo de la Acequia grande y galopaba al castillo de
Tomabal y se perdía allí.
Por eso de
que habían brujas en el Bolsillo, y por
eso de que llegaba con cierta frecuencia
el tío al lugar a visitar a sus muchachas, de ahí para acá viene el nombre del
El Bolsillo del Diablo. Viejo, pero el diablo no es buen amigo que digamos, y
nadie quería discutir con él, por eso cuando escuchaban el ruido como
tropel de caballos, se ocupaban de
inmediato y se iban para sus casas a hacer lo que tenían que hacer y el diablo
caminaba sin amigos, pero los perros si salían a ladrarle, al menos eso
conseguía ya que no le dejábamos el menor resquicio para hacernos pecar, y nos
llegaba el humo de la Naranjito, de allá de su rancho, y nosotros, desde el
batán, olíamos la carne del diablo.
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